Desde los tiempos clásicos el debate ha sido uno de los mejores métodos de aprendizaje y desarrollo del pensamiento crítico.
La mayoría de las relaciones que se establecen en la vida diaria son en forma de debate. Así, se participa en él cuando en la mente se sopesan los pros y contras de una decisión, como por ejemplo, la selección de universidad, el modelo del coche a comprar, etc. También se necesita del debate en las relaciones interpersonales: al defender el puesto de trabajo o cuando ante un grupo de amigos se trata de conseguir que determinadas sugerencias sean seguidas. El éxito o el fracaso en la vida está en gran medida determinado por la capacidad de tomar decisiones por uno mismo o de influir en los demás a nuestro favor.
La sociedad libre está estructurada de tal manera que la mayoría de las decisiones se adoptan a través del debate. Y es que, éste permite a través de los argumentos a favor y en contra hacerse una idea completa de la situación, y no sólo del aspecto que interesa, sino de todo aquello que de una forma u otra, puede influir en ella. Los argumentos que hay que esgrimir aportan además datos científicos, opiniones universales, conocimientos generales e importantes dosis de sentido común. Con el debate, se aprende también a conocer a quienes nos rodean, la audiencia y la mejor forma de convencerla, mejorando así la capacidad de relación social. El debate alcanza especial esplendor en el campo académico, donde se convierte en el medio ideal para disciplinas tan importantes como la redacción, lectura, oratoria o pensamiento crítico. El alumno aprende a través de él a trabajar en equipo, a consultar fuentes de información, organizar datos, evaluar su importancia, analizar o sintetizar. Las primeras noticias del debate datan de hace más de 4.000 años, cuando sociedades como la egipcia o la china seguían este método en la toma de decisiones políticas o sociales.
La sociedad griega recoge el testigo en esta práctica, no sólo en la vida pública de la polis, donde era corriente discutir las ventajas e inconvenientes de la organización social y las formas de vida; sino también en sus textos literarios como "la Iliada" o "la Odisea" de Homero, donde por primera vez se comprenden y explican las razones del enemigo, lo que supone una capacidad incipiente de ponerse en el lugar del otro, de ver las cosas con un gran nivel de imparcialidad y objetividad.
La fuerza del debate en la sociedad helénica llega a nuestros días como disciplina académica a través de Sócrates (471-399 a.c). Fundador del método crítico de la indagación científica y filosófica, es el padre del debate. Sin embargo al no dejar nada escrito lo conocemos gracias a sus discípulos: Platón y Aristóteles.
El método socrático de conocer es el diálogo, no un diálogo político o parlamentario, sino el diálogo cuya única motivación es llegar a la verdad. El conocimiento de ésta sólo puede alcanzarse a través de preguntas y respuestas, método adecuado para alcanzar el saber. Es en esta era socrática cuando aparecen en Grecia las primeras academias de debate.
Durante la Edad Media en la sociedad occidental se produce un retroceso en el mundo de las ideas. Se entra en una época de oscurantismo en la que la especulación y la ciencia resultan peligrosas, predicándose una fe simple y ciega. Esta forma de entendimiento, que mantendrá el diálogo y la investigación al margen, perdurará en occidente hasta Galileo-Galilei.
En el Renacimiento, el debate alcanza especial esplendor en las universidades, donde la retórica era considerada una de las siete grandes artes liberales.
En las sociedades democráticas actuales, el debate es un método vigente tanto en instituciones públicas, como pueden ser los parlamentos o los juzgados, como en medios de comunicación, o en las juntas directivas de las empresas y otras organizaciones.
Esta es la razón por la que es parte fundamental en los programas de formación universitaria, especialmente en el mundo anglosajón, en cuyas aulas comenzaron su andadura los más significativos líderes de la sociedad contemporánea.